Jesúcristo y Juan el Bautista llaman al arrepentimiento, resumiendo la ley divina en el amor a Dios y al prójimo como camino hacia la vida eterna. La ley de Dios, expresada en los Diez Mandamientos, nos guía hacia una vida de amor verdadero, siendo Jesús el único perfecto en la obediencia a esta ley. Aunque la ley señala el camino de la vida eterna, para nosotros que no lo cumplimos perfectamente, es la sentencia de la muerte.

La Ley de Dios sirve como freno, espejo, y guía: detiene la maldad, revela nuestro pecado, y orienta hacia el amor. Nuestra salvación se halla no en cumplir la ley, sino en el Evangelio de Jesucristo, quien nos ofrece perdón y vida eterna. La ley mata, y muestra nuestro pecado. El Evangelio nos da vida.

El pecado, manifestado en pensamientos, palabras y acciones contrarias a la voluntad de Dios, origina todos los males del mundo, llevándonos hacia la muerte. El evangelio nos ofrece esperanza: mediante la muerte de Cristo, nuestra condena es vencida, limpiando el pecado y otorgándonos la vida eterna junto a Él.

Adora solo al Dios verdadero y no adores a ningún dios falso de ningún tipo.

Usa el Nombre de Dios de la manera correcta, y no lo uses como una palabrota para cubrir tu propia mentira o para descubrir algo que no deberías saber.

Aparta tiempo y atención para la Palabra de Dios, especialmente los domingos, y no uses el tiempo que Dios te ha dado para nada menos que Su verdad.

Honra a tus padres y a las otras autoridades que Dios te ha dado en tu vida, y no destruyas a la familia por lo que haces, dices o vives.

Protege la vida inocente, y no le quites la vida a ninguna persona inocente por lo que hagas o lo que dejes de hacer para cuidarla.

Protege el matrimonio y no hagas, pienses o digas nada que destruya tu matrimonio o el de cualquier otra persona, tu castidad o la de cualquier otra persona.

Protege la propiedad y no robes algo que realmente pertenece a otra persona, ya sea que la forma en que lo obtuviste le parezca correcta o incorrecta a alguien.

Protege el buen nombre de los demás y no digas cosas, aunque sean ciertas, eso es chisme inútil cuando te paras a pensar en ello.

El Noveno Mandamiento – Protege las posesiones de otras personas, especialmente sus bienes raíces, y no dejes que tu corazón sea gobernado por obsesionarte con cosas que pertenecen a otra persona.

El Décimo Mandamiento – Protege a la familia, el trabajo y la vida entera de otras personas, todo lo que hace que sus vidas valgan la pena, edificantes y buenas, y no permita que los deseos de tu corazón abrumen la necesidad de amar a tu prójimo.