La Iglesia Luterana ha sido conocida en todo el mundo con el nombre de "La Iglesia Cantante" y posee, sin duda ni comparación, el patrimonio musical más rico de todo el mundo cristiano. La Reforma no sólo consistió en recuperar los tesoros de la teología apostólica y las prácticas y creencias de la Iglesia apropiadamente llamada “catolica”, sino también la antigua estrategia de utilizar música rica en doctrina para difundir el Evangelio, incluida la recuperación de la antigua himnodia cristiana. Desde el propio Lutero y los grandes autores de himnos como Cruciger y Gerhardt, el genio teológico y musical de Bach y Handel, hasta compositores modernos como Starke o Franzmann; la Iglesia Luterana es tanto un movimiento musical como teológico y biblico.

Entre los viejos luteranos confesionales es sabiduría común que cualquier cristiano está mejor equipado y preparado para vivir en este mundo que todos los “grandes eruditos”, con solo tres libros:

  • Una buena traducción de la Biblia en su propio idioma

  • El Catecismo Menor de Lutero (que en sí mismo no es más que una destilación y resumen de esas escrituras)

  • Un Himnario Luterano bien elaborado (cuyo mérito debe juzgarse precisamente por cuán fielmente destila las enseñanzas de las escrituras).

Por la mayor parte de su historia en la Iglesia Luterana, los tres también han sido fielmente memorizados por los laicos, al punto que ni el analfabetismo era obstáculo para adquirir este conocimiento y ser lo que Lutero llamaría un “verdadero doctor de teología.”

El escritor luterano confesional J. G. Hamann, escribió una vez sobre esta pequeña colección en una carta a un amigo en marzo de 1759, llamándolos sus "Magenbücher" o "libros del vientre". Como Dios había ordenado al profeta Ezequiel que comiera el rollo que sabía dulce como la miel, estos libros juntos le predicaban el dulce Evangelio de Dios. El Himnario y el Catecismo sirven como herramientas mediante las cuales los tesoros de las Escrituras pueden ser aprehendidos e ingeridos, como el tenedor y el cuchillo que llevan la comida a la boca. Estos dos libros estaban destinados a ayudar a “comer” el tercero, para que verdaderamente uno pueda "gustar y ver que el Señor es bueno".

Por supuesto, el énfasis luterano en la música no fue un invento nuevo en la historia de la Iglesia, sino más bien la recuperación de una tradición mucho más antigua. Puede sorprender a muchos, pero de todo el Antiguo Testamento, son los Salmos los que constituyen la mayoría significativa de los testimonios de Cristo utilizados por los Apóstoles en sus escritos.

De hecho, es probable que el profundo conocimiento que Lutero tenía de los Salmos como monje agustino sea parte de lo que diferencia el pensamiento luterano del de otros protestantes. Mucho antes de sus descubrimientos en Romanos y Gálatas, Lutero había memorizado e interiorizado todo el corpus de Salmos utilizados en la vida monástica.

Mientras que los líderes de la reforma no luterana como Calvino, Zwinglio o los anabautistas se formaron a través del floreciente mundo académico de las universidades y el humanismo, la formación de Lutero fue una dieta constante de Salmos. Al igual que el profeta Daniel y sus amigos, cuya saludable dieta los diferenciaba de los sabios babilonios; aunque otros teólogos se pasaban el día ruminando sobre Aristóteles y Lombardo, Lutero comía de la verdadera "mesa de los reyes".

Juan Calvino, por ejemplo, veía los Salmos como la Palabra de Dios que había que estudiar, analizar e incorporar a un sistema de pensamiento, identificando una lista de profecías cumplidas por Cristo. El enfoque de Calvino era similar a diseccionar una rana, en lugar de experimentar una canción. Este era el enfoque humanista e ilustrado que pronto dominaría toda Europa.

Lutero, en cambio, trata los Salmos como si fueran sus propias palabras. Son sus expresiones de alegría, y sus profundos lamentos y gemidos. Para Lutero, los Salmos son encuentros profundamente emotivos con la Palabra de Dios. Como música, están destinados a conmover el alma y a calmar y dirigir los procelosos mares de las emociones humanas, como el arpa de David o Cristo hablando al viento y a las olas.

Por supuesto, Lutero también exegeta los Salmos de forma clara y sencilla, con gran perspicacia y comprensión; hasta en este sentido, también es superior a la obra de Calvino. Tiene una mayor comprensión del hebreo y una mejor perspicacia teológica, incluso cuando se considera mediante la "disección". Ciertamente, el hecho de que los Salmos enganchen emocionalmente a Lutero no reduce el grado en que los comprende intelectualmente.

Pero una simple comparación del trabajo exegético de los dos reformadores sobre los Salmos sería un error. Para Lutero, el libro de los Salmos no es simplemente otro libro de la Biblia para ser leído, sino que debe ser cantado de corazón sin cesar.

Si leemos cualquier obra teológica de Lutero, sobre prácticamente cualquier tema, encontraremos que toda la página está llena de alusiones, referencias, interjecciones e incluso pensamientos errantes de los Salmos.

Resulta evidente que Lutero ha asimilado tan profundamente estos Salmos que se han convertido en parte de él. Como si se tratara de una lengua propia, Lutero habla "los Salmos como una segunda lengua". Cuando Lutero se alegra, un Salmo sale de su boca. Cuando Lutero llora, lo hace con las palabras de los Salmos.

Al considerar esto, se puede hacer una sorprendente constatación, de hecho una que el propio Lutero enseñó.

Hay otro hombre que utilizó los Salmos de esta manera, y que los encarnó mucho más plenamente que Lutero. Sin embargo, para este hombre, los Salmos no eran una lengua extranjera que había que aprender, sino su lengua materna.

Para Jesús, los Salmos no son sólo palabras sobre Él, sino expresiones de Su corazón y de Su voluntad. Es en el lenguaje del corazón de los Salmos en el que Jesús habla desde la cruz, no como mera profecía rectilínea, sino como expresión de Su propia experiencia y alma más íntimas. Así como Él es la Palabra pronunciada por su Padre en el cielo desde la eternidad, las palabras terrenales del Hijo de David están en el lenguaje pronunciado primero por boca de David. De este modo, David fue un "hombre según el corazón de Dios", porque sus palabras revelan el corazón de Cristo.

Lutero reconoció que conocer los Salmos y aprender a hablar su idioma era aprender el corazón del Hijo de David y hablar con Él. Esta es la música que puede calmar al iracundo Saúl del hombre interior, ¡y echar fuera al espíritu maligno!

La Iglesia primitiva también comprendió esto. Este uso característico de los Salmos se puede ver en los escritos existentes de los primeros padres de la iglesia como Ignacio (de Antioquía) y Clemente (de Roma). Las primeras raíces de las órdenes monásticas parecen comenzar en la práctica de la Iglesia primitiva de las oraciones diarias en las casa-iglesias acompañadas del canto de los Salmos. La Iglesia primitiva siempre cantaba los Salmos, así como himnos que eran esencialmente sermones cristológicos escritos con música, como los que menciona San Pablo en sus epístolas. Es notable que de todos los fuertes repudios de los reformadores luteranos al sistema monástico, ninguna de las críticas rechaza los hábitos piadosos de la oración de las horas y el canto de los salmos, sino que los amplían de nuevo al ámbito de todos los cristianos.

Del mismo modo, la importancia de la música para la enseñanza de la doctrina ortodoxa y la interiorización de importantes puntos catequéticos se puso especialmente de relieve en la época de los grandes concilios, durante las controversias trinitarias de la Iglesia primitiva. Los herejes escribían música pegajosa y letras destinadas a enseñar que el Hijo era menos que el Padre y no era plenamente Dios, por lo que los escritores de himnos como Ambrosio de Milán encargaron a coros que salieran a cantar contra ellos con música aún mejor, pero con teología ortodoxa.

Lutero, como monje agustino, conocía bien este estrategia de Ambrosio, mentor y padre espiritual de San Agustín. Cuando el sueño de reformar la Iglesia Católica Romana desde adentro llegó a su fin, la cuestión de cómo sería la himnodia "evangélica luterana" fue de vital importancia para los primeros luteranos.